Mi columna de opinión el EL TIEMPO, abril 23 de 2016

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¿Qué es lo que seduce y llama tanto la atención de las personas que quieren dedicar su vida a cocinar, a sabiendas de que los horarios serán opuestos, ya que mientras ellos están trabajando los demás se divierten?

¿O que tendrán poco tiempo para compartir con la familia y amigos?

¿O que pasarán muchas horas de pie, sin rendirse ante el cansancio?

¿Qué es lo que pasa por la cabeza de los cocineros donde ni la enfermedad, ni las quemadas, ni las cortadas o dolencias físicas y emocionales son motivo para detener la jornada? ¿Estarán locos?

No, todos ellos son simples individuos de carne y hueso, que sienten dolor, soledad, miedo y agotamiento, pero que tienen un no sé qué muy especial, un don único que hace que su pasión por la cocina sea más fuerte que cualquier obstáculo; en mi humilde opinión, son unos superhéroes, cuyo objetivo es hacer felices a los demás mortales.

Pensándolo bien, tal vez sí tienen una justa dosis de locura. Ser cocinero profesional no es para todos, se necesita de una personalidad guerrera y de una tremenda e inquebrantable vocación.

Los hay empíricos, quienes han dedicado gran parte de su vida a trabajar en cocinas, muchos se iniciaron lavando platos y ascendieron gracias a su talento y entrega, también están los que estudiaron y se formaron en grandes restaurantes.

Sin distingo de credo, raza, sexo, nacionalidad o estrato, todos son idénticos, con un ADN único y particular que los hace vibrar ante el estrés, el agite, el calor y las largas e infinitas horas de servicio.

Muchos prefieren que se les diga cocineros y no chefs, ya que finalmente este es el cargo del jefe de cocina.

A algunos se les llama artistas y a otros, artesanos, pero a la final se trata de extraordinarios seres que dedican su vida a nutrir, alimentar, satisfacer, crear, sanar, transformar, saciar y construir alrededor del alimento.

Merecido y sentido reconocimiento a todos los hombres y mujeres que están detrás de los fogones, la mayoría anónimamente, y que día a día comparten a través de sus preparaciones el amor y el respeto por este, uno de los más nobles y gratificantes oficios.

No está de más, cuando esté en un restaurante, recordar y agradecer que detrás de cada platillo hay alguien muy especial que busca que en cada bocado usted saboree un instante de felicidad. Buen provecho.

De Postre: para chuparse los dedos, la comida de 80 sillas en Usaquén, bajo la dirección del chef peruano Adolfo Cavalie (calle 118 n.° 6A-05).