Mi columna de opinión en EL TIEMPO, 27 de marzo de 2016
Tan rico que era cuando comía sin pensar en las consecuencias y no tenía que memorizar si había tomado el esomeprazol en ayunas.
Recuerdo esos días en los que podía tomar vino tinto en la noche y cenar espagueti pomodoro con postre. Pienso con nostalgia la ida al cine acompañada de un perro caliente y piña incluida. ¡Qué buenos tiempos aquellos!
No sé qué pude haber hecho mejor, no sé qué pude evitar y eliminar de mis hábitos juveniles. Es más, no tengo la certeza de que esto se hubiera podido prever. Adoro comer y tener el estómago averiado es una desgracia. ¿Será entonces cierto que la comida y el estrés diario nos están destruyendo?
Si abrimos la despensa de la casa nos vamos a encontrar con montones de alimentos procesados, enlatados, transformados. Si nos vamos a la nevera el panorama no es alentador: verduras y frutas genéticamente modificadas, o maduradas a la fuerza y rociadas con pesticidas. Ni hablar de las carnes de animales alimentados con granos, llenas de hormonas y antibióticos (especialmente las importadas). ¡Qué vaina! En mi caso ya no hay marcha atrás.
Aunque soy optimista y creo que si sigo mercando en las plazas y evito la comida rica en grasa, sodio y a los endulzantes artificiales, lograré algunas mejoras.
Sin embargo, pienso que para las nuevas generaciones puede haber un futuro favorable si tan solo comenzamos, por ejemplo, a eliminar o bajarle a la dosis de las gaseosas, los falsos cereales de caja, las golosinas recargadas de azúcar y además nos acostumbramos al ejercicio. Estamos a tiempo de darles un mejor porvenir a nuestros niños y, claro está, a sus estómagos. Buen Provecho.
De Postre: Bellísima exposición en el Fondo de Cultura Económica de Bogotá: ‘Las Cenas de Gala de Salvador Dalí’ y ‘Los Sueños Caprichosos de Pantagruel’.