Mi columna de opinión en EL TIEMPO, 27 de septiembre de 2015

spaghetti

¿Qué es lo que tiene la comida italiana, que se siente tan cercana, confortable, cálida y casera? Dos cosas en particular me pasan con ella: la primera es que en muchas películas, cuando es la hora de sentarse a la mesa o cuando hay una pareja cocinando en plan de conquista, generalmente sirven espagueti con salsa de tomate; entonces, irreparable e irremediablemente atacan los jugos gástricos y con ellos llega el antojo. Tal y como en la famosa e inolvidable escena de El padrino, donde Clemenza le enseña a Michael Corleone a preparar su salsa de albóndigas y salchichas, con aceite de oliva, vino, pasta de tomate y ajo… Para chuparse los dedos. Y la otra cosa es que cuando viajo fuera del país, y ya aburrida de la comida de los restaurantes, de la calle, de la exótica o extraña, encuentro alivio en un plato de pasta.

Soy colombiana de pura cepa, no tengo ancestros italianos, sino más bien boyacenses. Fui criada con cuchuco de trigo, ajiaco, arroz con pollo y lentejas. Y entre más lo pienso, más me sigo preguntando: ¿qué es lo que tiene que resulta tan familiar?

Por estos días, un amigo nacido en Roma me pidió que le recomendara un restaurante italiano en Bogotá, vaya dilema. Pensé en Emilia Romagna, pues conozco de primera mano la calidad de sus ingredientes y recetas, sé que hacen pasta fresca y que, aunque suene a cliché, les ponen cariño a sus preparaciones. Muy serios, los dueños me advirtieron: “dile que siempre será mejor e irremplazable la de su casa, la de su mamá, la de su abuela”. Ahí lo entendí todo. Lo que tenemos en común los italianos y los colombianos es que la comida tradicional, la de crianza, tiene sabor de hogar y por eso reconforta. Es bien sabido que en Italia el ritual de sentarse a la mesa, de disfrutar y saborear cada plato, es parte de su cultura, como en Colombia. Si bien no es el plato central de nuestra vida –a propósito recomiendo el libro Por qué a los italianos les gusta hablar de comida, de Elena Kostioukovitch, con prólogo de Umberto Eco–, sí hace parte vital de nuestra historia.

A los colombianos nos gusta comer, nos gusta cocinar y atender a la visita con ricas viandas, igual que a los italianos, y, como ellos, tenemos la sazón de nuestra nonna en el paladar. Somos ricos en biodiversidad gastronómica, en calidez y amor por la buena mesa, y, gracias a Doria y La Muñeca, la pasta hace parte de la mesa nacional. ¡A mangiare!