Mi columna del Domingo en El Tiempo, publicada el 27 de abril de 2014
–“La ilusión no se come” –dijo la mujer.
–“No se come pero alimenta”–replicó el coronel.
(El coronel no tiene quien le escriba).
La magia de la obra de García Márquez se cuece también en la cocina. Cuando nombra un ingrediente, es para transportarnos a su desbordado realismo.
Mientras la mayoría de autores utilizan la comida como parte de la ambientación de alguna situación, Gabo la usa para detonar el hechizo de sus delirantes y mágicas historias.
El amor en los tiempos del cólera se inicia con esta bellísima frase: “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”. Y al leerlo imagino que los alimentos le sirven como pretexto para dar rienda suelta a su poesía literaria. ¿Quién no recuerda al padre Nicanor, que levitaba al tomarse un sorbo de chocolate caliente?
La magia de la obra de García Márquez se cuece también en la cocina
La comida y el amor son también ingredientes inseparables en los textos de Gabo, como lo vemos en este párrafo de Cien años de soledad: “Era tan apremiante la pasión restaurada, que en más de una ocasión se miraron a los ojos cuando se disponían a comer, y sin decirse nada taparon los platos y se fueron a morirse de hambre y de amor en el dormitorio”. Dos apetitos que se encuentran y se devoran.
Recordemos la inolvidable respuesta de Fermina Daza a la propuesta de matrimonio de Florentino Ariza: “Está bien, me caso con usted si me promete que no me hará comer berenjenas”. ¿Y acaso qué tienen que ver las berenjenas con el amor? Pues todo parece indicar que para el autor eran clave esencial al momento de soñar y culminar esta suculenta historia del corazón.
En El coronel no tiene quien le escriba el hambre es una constante. Durante el tiempo en el que transcurre la historia, sus personajes no tienen qué comer, y dedican sus limitados ingresos a comprar maíz para alimentar a un gallo de pelea, en el que habían puesto todas sus esperanzas para salir de la pobreza y la inanición. Ante la eterna pregunta de su esposa: “¿Y hoy qué vamos a comer?”, el coronel responde: “Mierda”, sintiéndose liberado, puro e invencible, finalizando así esta conmovedora historia.
Indiscutiblemente la obra de Gabo, como los buenos platos, nos deja siempre con el antojo de repetir.
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