Mi columna del Domingo, publicada en EL TIEMPO el 26 de enero de 2014
Pablo Neruda fue un sibarita que disfrutó tanto de la comida como del vino, y lo plasmó en poemas.
Bien lo dijo la escritora Anaïs Nin: “No vemos las cosas como son, sino que las vemos como somos”. Cada quien ve lo que le interesa ver, y en mi caso la búsqueda está siempre enfocada en aquellos fragmentos culinarios o bocados que son descritos y saboreados en los libros que estoy leyendo. Si bien no en toda la literatura se encuentran, algunos escritores que hoy comparto le dan importancia a detallar preparaciones, bebidas y hasta recetas en sus textos. Tal es el caso de Murakami, quien no solo nos deleita con sus minuciosas y a veces dolorosas descripciones, sino que además en sus novelas suelta frases como esta: “Olía a café recién hecho. El aroma que separa la noche del día”. Genial.
El poeta chileno Pablo Neruda fue un sibarita que disfrutó tanto de la comida como del vino, y lo plasmó en poemas dedicados a ingredientes como la cebolla, la sal, el maíz y el aceite.
Para el escritor francés Honorato de Balzac, la buena mesa era tan importante que en muchos de sus libros incluyó detalles de lo que comían sus personajes principales. También hay escenas en las que menciona los placeres culinarios que él más disfrutaba, como las ostras, el pescado o los macarrones, acompañados con una botella de Bordeaux.
En 1830 publicó un ensayo titulado La fisiología gastronómica, donde afirma que: “El glotón ignora el principio elemental de la gastronomía, ¡el arte sublime de masticar!”.
Cien años de soledad está lleno de bellos fragmentos donde los alimentos hacen parte de la historia, como aquel en el que un cura levita cuando toma un sorbo de chocolate. “El muchacho que había ayudado a misa le llevó una taza de chocolate espeso y humeante que él se tomó sin respirar. Luego se limpió los labios con un pañuelo que sacó de la manga, extendió los brazos y cerró los ojos. Entonces el padre Nicanor se elevó doce centímetros sobre el nivel del suelo”.
Podríamos continuar con Cervantes y los platillos en El Quijote, o pasar por las golosas y picantes descripciones del Marqués de Sade, o los poemas infantiles de Rafael Pombo, sin olvidarnos de las magdalenas de Proust o del diccionario de cocina de Alejandro Dumas. Seguramente este juego no tendrá fin, ya que en las páginas de la literatura universal encontraremos plasmadas apetitosas palabras que nos harán saborear letra por letra. Buen provecho.
De postre: La cocinera del presidente, una película que hay que ver, más que por su historia, por las apetitosas escenas culinarias.
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